Hoy en Gastronomía por el Mundo: Bélgica y sus patatas fritas.
Bélgica, un país pequeño, más o menos como Galicia, es un país raro. En Lonely Planet empiezan diciendo “Los belgas son raros, hacen cosas raras y para ellos es motivo de orgullo” y amén. Me da entre risa y una sensación de estupidez cuando veo a dos belgas, uno del norte y otro del sur, que tienen que hablar en inglés porque no se entienden. Aquí se hablan 3 idiomas: flamenco, francés y alemán. Y si hablas uno de ellos no hablas el otro. Imaginad que Bélgica es como Galicia, que si uno de Lugo se encuentra con otro de Pontevedra y con otro de Orense, ninguno se entienda y tengan que hablar en euskera porque eso sí, todo dios sabe euskera, en el caso de Bélgica, inglés. O que estuvieran más de un año y medio sin gobierno porque no se ponían de acuerdo. Lo dicho, que son pequeños, raros de cojones pero muy divertidos.
Solo conozco dos países que basen su dieta en la patata: Bélgica e Irlanda. Pero con una diferencia, en Irlanda no tienen ni puta idea de hacer una patata y en Bélgica la fríen. En un mes en Irlanda aborrecerías cualquier tipo de patata que hagan (cocida, al horno, etc.) y en un mes en Bruselas te conviertes en un somelier de la patata frita. Aquí el plato nacional son patatas fritas con mahonesa, lo cual confirma mucho lo de que son raros, lo que me parece de puta madre, por cierto, y coloca a Bélgica en el Top 5 de países en el mundo.
Entre las teorías que hay, la que más parece que se sostiene, es del año 1781 y tiene como protagonistas a los pescadores belgas, acostumbrados a freír en grasa los pescaditos que pillaban en el río Mosa. Ese año el río se congeló más de lo normal, o sea todo, cortaron las patatas con la forma de los pescaditos (flipa tú qué nivel de escultura cubista) y las tiraron en la grasa donde hacían los pescaditos, y se hizo el mundo, el ser humano como especie evolucionó a cotas solo comparables a cuando descubrió el mando a distancia. Y aquí, a día de hoy este plato es Dios.
Que todo el mundo, menos nosotros, las llame french fries, es por dos razones conjuntas, la primera es que en la Primera Guerra Mundial, los americanos y los belgas lucharon juntos en la trincheras. Y la segunda que los americanos, es su estilo, no se enteran de donde cojones andan por el mundo y si hablas francés pues eres francés y ya está. Así que cuando un tipo le dio unas patatas fritas al sargento O’Hara en la trinchera, y después le dijo “Voulez-vous la mayonnaise?” (que si te pongo mahonesa por todo lo gordo, en perfecto francés). El americano dijo, ¡coño, esto está bueno y es francés!. Y en un arrebato de creatividad y cultura geográfica, lo llamo french fríes o patata francesa. Cosa, que tiene a los belgas calentitos con los franceses.
Aquí las hacen en grasa. Grasa de buey o grasa de caballo, así como suena de gordo. Y lo que sí me parece un detalle de un Nobel, es que las fríen en dos pasos. Y aquí está el puto truco de Bélgica. Es un poco como las patatas bravas, que se cuecen y luego se fríen. Aquí, primero las hacen a fuego lento, lo que hace que se hagan por dentro como casi cociéndolas, y luego a tope para que se doren. Aquí usan la patata Bintje, que no tengo ni idea de cuál es, pero lo he preguntado, y no voy a tener cojones de ir donde el de la frutería a decirle “¿me das 2 kg de patata Bintje?”, porque me da una hostia y me confundirá con uno de los de las bicicletas y barbas arregladas.
A lo que vamos, que cómo se hacen. Pues es fácil. Yo prefiero el aceite de girasol. Ya se que no es muy patriótico, pero saben más a patata y menos a Andalucía. Las pochas en aceite muy templado como 11 o 13 minutos, soltarán algo de agua que la retiras y ya. Cuando están blandas, las sacas de la sartén y las escurres bien, pones el aceite a tope, que tire humo (si lo haces con aceite de oliva te va a oler a fritanga toda la casa) y en este aceite las metes 1 o 2 min. Y ya están. Plato de supervivencia nivel Semi-Dios.
Por la calle en Bruselas, las venden por todos los lados. En bares, restaurantes, en camionetas o en puestos por cualquier sitio. Ayer, estaba en un parque (uno de árboles, no el de la Warner), y enfilado hacia un estanque, vi de espaldas al típico belga. Camisa de cuadros moderna, gorra y un poco encorvado. Yo en mi ignorancia pensé, “¿para qué se está haciendo el interesante leyendo un libro, un libro delante de un estanque en un parque, si no hay ni una tía a la que impresionar?”, cuando llego a su altura y lo miro, error: todos los morros de mahonesa. Se estaba hincando un cucurucho de patatas con mahonesa, en el más puro estilo Irvine Welsh en modo cerder. Casi voy y le abrazo.
Tienen un plato, un poco cerder que son los mejillones con patatas fritas. Suena un poco raro, pero si calculas que ellos cambian el pan por las patatas fritas, es como si te digo que te tomes unos mejillones son salsa picantilla y no mojes. Matas. Pues mojar con patatas mola. Como norma, “si tu pones pan yo pongo patatas y mola más” y me parece un enunciado científico con pocas fisuras. Piensa en Nocilla con patatas fritas, boquerones con patatas fritas, huevos con patatas fritas (esto suena mejor, ehh), empujar una txistorra con patatas fritas, unos garbanzos con espinacas con patatas fritas… Tiene su recorrido en general.
Y de todo esto, la conclusión que sacamos es, que sin duda alguna, el mayor aporte a la cultura occidental de Bélgica son las patatas fritas. Y como nada que sea un monumento nacional puede existir sin un museo, en Brujas tienen el de la patata frita http://www.frietmuseum.be/en/ que junto con el de la energía nuclear de Corea del Norte, están en las cosas que tengo por hacer antes de los 28.